Despejandome un poco [Hydrus]

Pensé que no tenía caso volver inmediatamente al castillo. Bastaría con que nos viesen empapados para saber que habíamos estado afuera en horas inapropiadas, así que no había apuro alguno. La pregunta era qué hacer considerando que teníamos la noche para nuestra disposición y claro, también teníamos ropas empapadas que amenazaban con dejarnos en cama por el resto de las vacaciones.

Mientras pensaba en qué hacer para pasar el rato, escuché que Susan cantaba una extraña canción de manera muy animada, casi como si bailara moviendo sus brazos.No recordaba ni la letra ni la melodía, por lo que deduje que la había aprendido en la época en la cual compartía con personas no mágicas en Londres.

—Su, me encantaría acompañarte cantando, pero no me sé canciones muggles —le recordé.

¿Película?, ¿qué era eso? Nuevamente Su me había dejado en una especie de trance averiguando el posible significado de esas palabras. No había caso. Según mi opinión los muggles hacían muchas cosas inútiles y sin sentido. Tan carente de sentido común como aquella vez en que mi madre muggle decidió marcharse. No era como si yo tuviera rencor guardado contra los muggles en general, sino contra una en particular, la mujer que me parió. Así la llamaba, porque madre no era.

La última pregunta de Susan y su beso número mil de esa noche rompieron mis pensamientos rodeados de un aura melancólica para cambiarlos por una más alegre. La verdad era que con las chicas no me había ido mal, pero no sabía si quería hablarlo con ella. Sí, era mi mejor amiga, pero encontraba divertido esconderle ciertas cosas.

—Sólo digamos que no he pasado solo estas vacaciones —sonreí lejos de mi amiga.

Viendo que tenía interés en saber, decidí jugar un poco con ella. Después de todo, el que ella jugara la mayoría de las veces no quería decir que yo no podía hacerlo. Aunque estuviéramos a sólo unos centímetros de distancia no me dejaría manipular por su encanto.

—Así es —le respondí— Te lo oculto con todas sus letras, pero no tiene que ser tan tajante. Mejor digamos que tengo cierto respeto por algunas cosas y que por eso me las guardo.

Estaba resultando divertido eso de omitir esa parte de mí, porque ya veía que Susan estaba formando sus primeros pucheros. Si se hubiera visto en uno espejo mientras hacía eso se hubiera llevado un gran ataque de risa, pero como yo siempre la veía hacer eso, me limitaba a sonreír como si estuviera aguantando la risa. De seguro debía pensar por qué no le contaba, cuando ella siempre me decía de los jóvenes a los que concurría.

—¿Así que con esas estamos? —le pregunté arqueando las cejas divertidamente— Muy bien. No te diré de mi vida amorosa y tú tampoco me hablarás de la tuya.

No iba a darle el gusto de ceder antes sus pucheros. La tenía muy consentida y mal acostumbrada a que podía convencerme de lo que fuera con sus atenciones. Al decir verdad me parecía extraño hablarle de chicas a mi mejor amiga. Yo tenía la empatía suficiente como para ponerme en su lugar y darle la perspectiva de un hombre, pero era diferente que ella se pusiera a mi altura. ¿Cómo iba a contarle que una determinada chica tenía un escultural escote que me hacía difícil concentrarme en la materia?, ¿cómo decirle que cierta persona parecía hecha a mano con esas curvas? En fin, cosas de ese estilo. Yo me sentiría extraño si ella me hablara así de sus amores.

Sin embargo, ahí estaba ella mirándome con ojos de súplica y sus labios hacia afuera con sus característicos pucheros. Me reí con su expresión y tomé sus mejillas pellizcándoles levemente.

—No te frustres, Su. Basta con saber que está todo bien.

Se puso muy callada de repente, como si hubiese dicho algo malo. Rebusqué en mi cabeza si pude haber dicho algo que la hubiera ofendido y nada. Supuse que una vez más estaba con sus cambios de humor que me recordaban sus momentos de bipolaridad. Por poco y me frustro, pero luego pensé que a Susan no había que entenderla, porque o si no me volvería loco tratando de buscar alguna lógica que me ayudara a encontrar el raciocinio de sus acciones.

Me acerqué a ella por detrás y la abracé apoyando mi cabeza sobre la suya.

—Hey, vamos al castillo. Ya se está humedeciendo todo —hablé considerando los descomunales goterrones que comenzaban a caer— Esta noche nadie nadará en el mar. A menos que quieras visitar la enfermería —reí recordando su extraña canción.

Vaya si era testaruda. Quería quedarse en medio de la lluvia estando empapada y con la humedad bajando. Estaba muy equivocada si pensaba que la dejaría ahí sola. Conociendo a Susan lo más probable era que se confiara demasiado en que nada le pasaría, pero a la media hora se daría cuenta de que muere de frío y se acurrucaría bajo un árbol o algo parecido para entibiarse. Algo que no la protegía de enfermarse y si se enfermaba ¿quién la entretendría? pues yo, porque Su era casi incapaz de quedarse en cama. Prácticamente había que estar vigilando que no se levantara.

Besó mi frente como si se estuviera despidiendo y se volvió a voltear. Suspiré profundamente mientras permanecía inmóvil, ya que no me iría sin ella. Además que perfectamente podía estar un mortífago cerca esperando el momento oportuno para atacar. La llevaría conmigo a rastras al castillo si no accedía. Punto final.

Cuando se giró sobre ella otra vez y susurró mi nombre, creí que finalmente vendría conmigo al colegio para por fin secarnos, pero hizo algo que nunca me esperé. Casi por impulso besó mis labios con rapidez y luego huyó.

Me quedé inmóvil con los ojos más abiertos de lo normal bajo la lluvia. Ese beso no me había sabido a los típicos roces que solíamos tener como algo fraternal.

Cuando pude reaccionar me pregunté adónde había ido. Esperaba que no hubiera hecho alguna tontería como internarse. Susan era una especialista en preocuparme.

—Lumos —pronuncié al sacar mi varita. Susan tenía que aparecer.

Había un solo lugar cercano en el cual no había revisado y ese era el lago, a un lado de los jardines en donde me había besado. No me gustaba acumular pensamientos en mi mente y no tenía un pensadero portátil para depositarlos lejos de mí. No, tenía que hacer que decidiera hablarme y sincerarse. Esta vez no dejaría que esquivara hablar las cosas como lo hacía siempre creyendo que de esa forma todo seguiría como siempre. Había cosas cambio no se podía frenar.

Mi varita iluminó el agua generando un resplandor que se expandió a medida que levantaba la luz. Bastó que levantara mi varita hasta por encima de mi cabeza para ver que Susan se encontraba en una roca en el centro. Estaba temblando cuando mis ojos hicieron contacto con los de ella. ¿A qué le temía?, ¿a mí?, a ella?, a ¿nosotros?

—Su, espero que esta vez no huyas más —susurré.

Viendo que el lago nos separaba, sacudí mi varita y usé un hechizo de drenado para apartar la cantidad de agua suficiente para dejarme llegar hasta ella. Susan me miraba fijamente al rostro, como si estuviera esperando que yo supiera qué había ocurrido. Si ella no lo sabía, yo menos. Probablemente no lo sabríamos con prontitud.

Caminé hasta ella con lentitud, pero con firmeza. A medida que me acercaba sus facciones temblaban cada vez más, como indecisa en qué emoción quería mostrarme, como si no tuviera forma definida. Tal vez era eso lo que la asustaba. El no poder definir nada.

—Ay Susan —pronuncié abrazándola— Al principio de este día te dije que podías contarme todo, pero veo que no lo has hecho. ¿Tienes algo que decirme?

Intenté hablar con la mayor ternura posible. Esperaba que fuera bien recibido.

Sonaba a algo que Susan diría. Yo sabía que un abrazo de mi parte le haría bien, porque era en ocasiones así cuando soltaba sus miedos y confesaba sus inquietudes. La había acompañado en las pérdidas de sus personas más queridas y tal vez por eso temía lo que pudiera ocurrir conmigo, pero no tenía nada que temer.

—Su, yo no te voy a juzgar —la tranquilicé— No me voy a marchar.

Sentí que se relajaba en mis brazos y así lo hice yo. Sin embargo, todavía estaba fría, mojada y más encima en un estado emocional delicado a mi parecer. Había sido suficiente por un día, pero ella no parecía querer irse. Tendría que recurrir a otros métodos. En silencio dije...

—Susan, sé que mañana me perdonarás. Petrificus Totalus.

Así cargué a Susan en mis brazos y me dirigí al castillo. Me sentía algo culpable por haber usado ese hechizo, pero era la única forma de ponerla a salvo de ella misma.