No era precisamente el mejor lugar para aterrizar [Anna]

Ir montado en mi Nimbus 2001 era lo mejor y podía hacerlo sin temor a que me dijeran algo por no estar en clases. Había decidido hacerle caso a Susan de aprovechar al máximo mis vacaciones haciendo lo que más disfrutaba, volar. Claro que la profesora de vuelo me había dicho varias veces que me cortara el cabello o lo atara cuando fuera a volar, pero ¿de qué sirve elevarse por los aires si no puedes sentir como el viento mueve tu pelo? No suena muy entretenido, ¿no?

Sentí que el viento estaba fuerte y aproveché de inclinarme hacia adelante para aprovechar la brisa. Estaba fascinante. La mezcla perfecta era la de un día caluroso con una fuerte ventisca. Levanté los brazos y abracé el momento.

Me concentré tanto en sentir el aire pasando entre mis dedos que me distraje y no vi que un alto e imponente árbol estaba muy cerca de mí.

—¡Woah! —exclamé al girar tan bruscamente.

Perdí el equilibrio más de lo que hubiera querido y terminé por caer al lago, empapándome completamente.

—Por lo menos caí en el agua —pensaba mientras nadaba hacia la superficie con mi escoba.

Apenas mi cara emergió del lago busqué la orilla, pero me sorprendí al ver que había una joven de mi casa sentada mirando hacia donde yo estaba. Sus facciones delataban su sorpresa y era obvio, pues no todos los días ves magos cayendo al agua por simple distracción. Me preguntaba qué estaría pensando ella al verme en esa circunstancia.

Por fortuna, la muchacha que al principio se había mostrado estupefacta al verme llegar al lago había venido a auxiliarme. Probablemente hubiera salido de todas formas del agua sin su ayuda, pero hubiera sido mucho más complicado si no la hubiera tenido ahí conmigo. Llegamos a la orilla y me pasó toallas que había hecho aparecer recientemente.

—Gracias —dije mientras me quitaba la camisa para secarme, pero también me preocupaba ella— Tú también sécate. Por mi culpa estás toda mojada. No querrás enfermarte por mi causa.

La miré con atención y noté que apenas llevaba un vestido. Lamentaba no tener ropa seca para darle, por lo que para compensarlo me acerqué a ella y froté una de las toallas en sus hombros con suavidad. Al menos así se secaría más rápido.

—Creo que nos habíamos visto, pero no nos hemos presentado. Soy Hydrus Pegasus —me presenté— Sé que eres la prefecta, pero temo que no sé tu nombre.

Me avergonzaba admitirle mi ignorancia, pero quería saber el nombre de quien tan amablemente había acudido a mí.

Era cierto que éramos numerosos y que la mayoría se conocía de vista o por el apellido, muy pocas veces por el nombre, pero a mí me gustaba conocer a quienes compartían conmigo, en especial porque dormían bajo el mismo techo que yo. En este caso, la dulce chica que me había ayudado se llamaba Anna, la prefecta de mi casa, de quien escuché atentamente su consejo.

—Ya vez, soy arriesgado, muchas veces se convierte en mi defecto —confesé llevando una de mis manos detrás de mi cabeza.

Miré lo que yacía en mi otra mano, mi escoba. Había estado cerca de perderla por mi distracción y mal cálculo de mi distancia entre los árboles y yo.

—Hubiera estado feo si no le hubieras lanzado ese hechizo. No es como si tuviera suficiente para comprar otra. Aún estoy ahorrando para una Saeta de fuego.

Creía estarla aburriendo con mi obsesión por las escobas y además quería saber más de ella. Después de todo era una chica amable de mi casa.

—¿Y tú qué hacías por aquí? la mayoría se pasa en Hogsmeade por estas fechas.

—Serías una buena copiloto —dije amistosamente— Comprobé que reaccionas con velocidad. Yo no fui lo suficientemente rápido para hacerlo. Aunque sabiendo que vas conmigo en la escoba volaría con más cuidado. Es diferente cuando eres responsable de alguien más.

Me comentó lo poco que salía al pueblo y que gracias a los rebeldes con los que trataba no salía mucho de su cuarto, ahogándose en libros. Al principio la juzgué mal en mi cabeza pensando que estaba aislándose, pero luego me di cuenta de que no era muy diferente a mí.

—Se parece a lo que yo hago. Sólo que en vez de libros me voy a volar un rato. Sé que estoy al aire libre, pero se parece a estar encerrado. Digo, nadie te habla cuando estás en escoba. Estás solo.

Así que no le gustaban las multitudes. Era lógico si pensaba que era prefecta y debía regular el comportamiento de muchos a cada momento. Si yo tuviera un cargo parecido, tampoco me sonaría tentador acudir a sitios que estuvieran repletos de gente que me recordara que tengo responsabilidades con ellos y con el establecimiento que lo determinó así.

—Oh, no. Yo no podría pensar que estás loca —le dije sacudiendo mis brazos— Si te soy sincero yo me siento igual. No algo de lo que tengas que avergonzarte en absoluto.

Lo más probable era que yo no me hubiera abierto sin que ella lo hubiera hecho primero, pero el resultado final era lo que importaba. Acabábamos de descubrir que teníamos algo más en común que pertenecer a Ravenclaw.

Analicé entonces lo que ella me dijo. Así que no le gustaba el calor. Parecía ser algo en común de casi todos los de mi casa. ¿Por qué sería? Quizás porque siempre estamos pensando en algo grande y las altas temperaturas nos logran desconcentrar. Debía ser eso.

—Entonces cuando oscurezca un poco más, podrías volar conmigo —le ofrecí— Podríamos tener una carrera. Claro que esta vez volaríamos más lejos de los árboles, así que no tendrías que estar pendiente de que me pasara algo —reí

Reí junto a ella. Era una chica divertida, nunca loca como me había dicho que se consideraba a sí misma. Para mí locos eran los que hacían locuras. En vez de eso hacía cosas divertidas, así que la trataría como tal.

Me senté a su lado relajándome más dejando que la brisa acabara por secarme y depositando mi escoba sobre la hierba. Podría llegar a acostumbrarme a pasar las tardes así.

—No pensarás en ir a buscar tu escoba caminando. Yo mismo te llevaré en la mía y podríamos probarte como copiloto —sonreí— Pero al decir verdad, no me gustaría que estuvieras pendiente de mí. La idea es experimentar eso mismo que dijiste, en sentir el viento y lo que significa volar por los aires. Además te advierto que soy competitivo y si echamos una carrera no tendré compasión.

Me sentía más relajado al lado de ella, por eso podía disfrutar de las bromas que hacía con respecto al peligro que corría volando con un un acelerado como yo. Para mí, muchas veces el volar sin riesgo no era volar. Necesitaba que la adrenalina me llenara.

Estaba distraído cuando Anna casi pasó por encima mío para recoger su bolso. La miré divertido por la posición en la que habíamos quedado y por pensar en cómo debíamos vernos de lejos.

—Vaya, vaya. Conque juegos de roces, ¿eh? —pensé con picardía.

Casi no le presté atención cuando me habló de las varitas de regaliz, pero tuve que hacerlo cuando me ofreció acompañarla comiendo, además que se veían tentadoramente deliciosas. Tomé algunas y le agradecí asintiendo con mi cabeza.

—Tienes buen gusto —lancé un cumplido.

La observé un poco mejor y me di cuenta de algo.

—¿Sabes? Tendrás que quitarte ese vestido para volar en la escoba a menos que quieras dar un gran espectáculo de lencería femenina a los que estén en el suelo.

No me importó imaginarme por un momento su ropa interior antes de prestarle atención. Era una prefecta bastante singular. Tal vez era tan espontánea porque en su cargo debía sentirse muy oprimida, por el apego a las reglas. Estar lejos de eso por un breve período de tiempo que eran las vacaciones debía generar esta sensación de libertad que mostraba conmigo. Hasta sus preguntas eran poco comunes y era agradable conocer a alguien tan "original" como ella.

—Yo he volado hasta en ropa interior —contesté con honestidad— Claro que era de noche y lo hice porque estábamos jugando a los retos entre los chicos en los dormitorios. A mí me fue bastante bien en comparación al resto. A algunos les tocó lanzarse desde la torre de astronomía hasta que alguno de nosotros hiciera un aresto momentum. Lógicamente esperábamos hasta el último momento. Se llevaban un buen susto.

Al sentir su cabeza apoyada en mi hombro me llenó una sensación de calma que podía asemejar al momento antes de dormir, cuando escuchas las respiraciones de todos tus compañeros en los dormitorios que te indican que están bien. Algo me decía que ella también se sentía a gusto, tal vez no de la misma forma que yo, pero era algo positivo.

No me extrañó cuando ella parecía asombrada con los juegos que teníamos los chicos en los cuartos cuando ninguno tenía ganas de dormir. Las mujeres eran menos bruscas que nosotros para sus juegos.

—No, no éramos tan malos —lo pensé un momento— De acuerdo, sí, nos torturamos mutuamente esa ocasión, pero no lo sé, fue divertido. Sabíamos que nunca dejaríamos que el otro llegara a tocar el suelo, pero siempre está esa incertidumbre que lo hacía divertido.

¿Era mi imaginación o se había acomodado en mi hombro aún más? Tenía que admitir que me gustaban los acercamientos así. A mi padre lo tenía lejos la mayor parte del tiempo y mi madre con suerte me cargó un par de veces de bebé, por lo que cosas como las que hacía Anna yo las atesoraba conmigo, para que no se fueran nunca.

—A mí también me agrada —susurré al momento en que el sueño amenazaba con llegar a mis ojos.

Yo tenía sueño después de toda la emoción que había tenido resumiéndola en volar en escoba, caer al lago, nadar como loco y conocer a Anna, pero no era para dormir. Sin embargo, la tenía a ella somnolienta sobre mi hombro y en cualquier momento parecía entregarse a los brazos de Morfeo como un infante.

—Si quieres puedes dormir —dije en voz baja para no sacarla de su estado— Yo me quedaré despierto y vigilaré que no te moleste nadie. Puedes estar tranquila.

Y era cierto. Estaba seguro de que no me quedaría dormido, puesto que por alguna razón no me sentía con suficiente sueño para dormir hasta que yo lo ordenara. Era como si le dijera a mi cerebro que no era momento de tener sueño. Además que si dejaba que Anna durmiese, ella se quedaría más tiempo y no tendría que ir al castillo a dormir una siesta.

Pude ver que estaba luchando para quedarse dormida y sonreí. Yo tampoco quería dormir probablemente por la misma razón de ella. Era un grato día con una agradable compañía. Nos quedaríamos charlando de lo que fuera para aprovechar eso. Reí cuando se comparó a sí misma con ese corpulento animal. Ella no parecía una marmota en lo absoluto.

—No te podrías convertir en una marmota aunque lo quisieras —dije acariciando su hombro— En lo único en lo que se parecen es en lo sociables que son.

Hacía mucho tiempo que nadie me preguntaba qué pasaba por mi cabeza.

—¿Qué pasa por mi mente? Muchas cosas —comencé diciendo— Pienso en mi padre, que se está recuperando. Pienso en lo gratificante que es este lugar y también en que este no era precisamente el mejor lugar para aterrizar... pero me ha resultado bien -dije mirándola.

Definitivamente sería una marmota adorable. Anna tenía mejillas sobresalientes y el imaginármela como un roedor me daba una imagen sumamente divertida.

Cuando me preguntó por mi padre no pude evitar estremecerme un poco, pero suspiré aliviando la sensación al pensar que pudo haber sido peor, mucho peor. No me afectaba el decírselo, porque así yo también estaría enfrentando cosas que la mayoría del tiempo prefería evitar.

—Verás, mi padre trabaja investigando criaturas mágicas alrededor del mundo y unos de los bichos a los cuales examinó era potencialmente venenoso y lo intoxicó. Afortunadamente no le pasó nada fatal, pero ahora se está desintoxicando de a poco —suspiré por la preocupación que me había causado mi padre cuando recibí la carta del hospital.

Anna me miraba con interés. Realmente quería saber lo que me estaba pasando y en mi interior lo agradecí. Me preguntaba por qué siendo ella una chica con personalidad no sociabilizaba mucho.

—Oye, realmente deberías entablar conversaciones más a menudo —le aconsejé— No eres aburrida, no escupes al hablar y eres intresante. Tal vez si salieras más a menudo las demás personas podrían ver lo que yo veo.

Presté atención a cada palabra que me dije Anna pensando que realmente mi padre pudo haber muerto o haber estado agonizando antes como lo hizo la madre de Anna. Cuando ella me mostró sus heridas sentí algo muy parecido a la culpabilidad en mi pecho, tan vez angustia. Una angustia provocada por las ganas de haber estado ahí para evitarle ese dolor.

Casi inconscientemente puse mi mano sobre una de las heridas de Anna, como queriendo sanarlas con alguna milagrosa magia accidental, pero nada vino.

—"¿Qué estoy haciendo?" —me pregunté a mí mismo— Estas heridas ya cicatrizaron, son superficiales. A ella le duelen las heridas de adentro. Nadie se recupera nunca de eso.

Pude ver que también le pesaban las reacciones que sus compañeros tenían con ella por ser prefecta. Era inevitable que lo hicieran, considerando que ella tenía la autoridad suficiente para quitar puntos y castigar, pero aún las personas con tanta responsabilidad como ella necesitaban un amigo en el cual confiar.

—Tengo una idea. Cuando volvamos a clases y tú vuelvas a tus funciones como prefecta, yo no me distanciaré como si estuviera hablando con un profesor. Para mí serás siempre Anna —le prometí.