Una librería poco común.

La acera gris y ligeramente encharcada por la lluvia que había rociado las calles de madrugada me resultaba fascinante. No importa cuantas veces volviera a esta ciudad o a cuantas ciudades y destinos exóticos viajara, Londres estaba aferrado a mi corazón, hundiendo en él sus profundas raíces oscuras y mojadas.

De una persona como yo la gente suele esperar que prefiera destinos más mediterráneos y cálidos. Y es cierto que adoro el sol y el clima templado. Pero el romanticismo y la ligera melancolía de Londres siempre volvía a atrarme aquí, a pesar de que la lluvia constante y el cielo cubierto de gris plata terminara por adormecerme.

Incluso ahora, estando en verano, el tiempo es ligeramente fresco, lo cual agradezco, ya que así podía vestir pantalones largos, o faldas con medias y botas, algo que me encanta.

Cargando con varias bolsas llenas de gorros, camisas y unos zapatos con los que probablemente no podría andar, caminaba calle abajo, con un chocolate caliente con nubes en mis manos. El día se me presentaba estupendo y radiante, no por el sol, ya me entendéis.

Sin saber cómo, acabé llegando a una librería preciosa y antigua, que no había visto nunca. Al pasar distraídamente por delante no percaté en su pequeño y anticuado cartel, sino que fue el fuerte olor a imprenta y a polvo lo que me hizo darme cuenta de que aquel establecimiento estaba allí.

Sin pensarlo demasiado, como de costumbre, estiré del pomo redondo y dorado de la puerta de cristal, que hizo un sonido tintineante al abrirse, y un chirrido. Caminé hacia el interior, esperando ser recibida por el encargado, pero no parecía haber nadie.

Midiendo mis pasos, que crujían sobre la dura y vieja madera del suelo, me adentré lentamente, intentando distinguir algo entre las oscuras estanterías que se prolongaban hacia el interior del establecimiento, sin fin.

-¿Hola? -pregunté tentativamente, esperando que alguien me respondiera al fin.

Para con mi desdicha escuché la puerta abrirse. Y me puse nerviosa.

El señor Vianey no hacía mucho que se había marchado a recojer a su hermana de la estación y, me había pedido el favor de atender a todos sus clientes. Lo cual yo veía absurdo, ¿ porqué se fiaba de mí?
¡Ni siquiera me conocía!.

Como fuera, ahora me tocaba sonreir y atender con esfuerzo a quien gustara entrar. Solo tenía un problema....No sabía ni el orden de la Colocación de los libros ni abrir la caja del dinero.

Escuché la voz de una niña y me dispuse a salir a recibirla, dejé el libro que estaba leyendo y bajé de la escalera.-¡Un momento!-le grité colocándome el chaleco negro lleno de arrugas y del polvo de las estanterias.
Con la cabeza alta, me alejé de allí hacia el recibidor pero, una pila de libros cayó sobre mí como una lluvia de papeles amarillentos que me dejanron sumergida. El ruido fue ensordecedor. Debí asegurarme de colocar bien ese dichoso libro.

Oí como una voz femenina me respondió desde el piso de arriba, y después, un golpe, un grito, y muchos más golpes, para terminar en silencio.

Me quedé quieta en mi sitio esperando oír algo más, pero cuando esto no ocurrió, empecé a preocuparme.

-¿Hola...? ¿Va todo bien?

Oí unos quejidos pero ninguna respuesta coherente. Sí, había pasado algo. Comencé a subir las escaleras rápidamente.

-¿Hola? . -Repetí. De nuevo no obtuve más respuesta que unos lamentos inintengibles.
-Oh, wow...-No pude evitar soltar al ver las infinitas estanterías que se extendían por todas partes.

Sacudí la cabeza, recordándome mi objetivo de encontrar a la librera accidentada.

-¿Dónde está? ¿Se encuentra bien?

Empecé a preguntar caminando rápidamente a través de los pasillos que se entrecruzaban y giraban. Algunas estanterías parecían alargarse infinitamente, obligándome a girar por un cruce.

-¡Esto es enorme! ¿Hola?

Me fijaba en los libros para intentar no pasar por el mismo sitio dos veces, y aún así era casi imposible en muchas ocasiones.

-¡Cuernos! -Grité enfadada cuando me di cuenta de que no hacía más que dar vueltas.

-¡Sí, estoy aquí!-Grité al fin cuando ya me hube liberado de mi prisión fina y polvorienta. Juré que no volvería a cojer otro libro sin permiso tras esa experiencia.

Salí corriendo en busca de la clienta que había oido subir hasta el primer piso y disculparme por mi falta de cortesía.

Pero recorrí un par de metros y ...no la encontré.

-He...¿hola?-comencé a preocuparme, este lugar era mil veces más grande de lo que parecía. Podía pasarme la vida buscando allí.-¿dónde está?

Escuché una maldición de la boca de lo que parecía ser una clienta perdida y malhumorada. por suerte, estaba cerca mío.-Voy a buscarla, quédese ahí.-Le aconsejé con paso firme y elegante.

Los pasillos o, como me gustaba llamarlo a mí, la ciudad de libros y sus calles resplandecían con majestuosidad gracias a los rayos de sol que atravesaban la hermosa vidriera de colores que representaban una rosa enzarzada.

Admiré la inscripción que bajo el ovalado ventanal se hallaba. "Existe la felicidad para aquellos que alcanzan su destino, pero hay gloria para aquellos que lo desafian."

Me pareción un lema muy personal, tanto que quise memorizarlo y tomarlo como referencia en mis actos. Si mis padres deseaban que alcanzara mis sueños, superaría mis propias expectativas.

Retomé el caminar y observé a una niña despaldas zapatear nerviosa mi llegada, quise evitarlo pero, no aguanté la risa cuando la reconocí.

Creí que volvería a tirarme un helado como en nuestro último encuentro.

-Jajajaja, no puede ser...