Cálida Noche [Cécile + Libre]

Recuerdo del primer mensaje :

Sentí su mano agarrándome y me relajé, viendo que estaba allí al lado. Dejé ir un suspiro y sonreí.

- Está bien… pensaba que te había perdido… entonces vamos.

Ella utilizó su varita también para alumbrar el camino y entonces comenzamos a caminar por el largo pasadizo. No dije ninguna palabra durante todo el camino, me contentaba con sentir el contacto de su mano, escuchar su respiración y saber que la tenía a mi lado… era una sensación extraña pero agradable al mismo tiempo. Después de un largo rato de camino llegamos al final del túnel, tuvimos que subir una cuesta y finalmente había otra trampilla. Miré a Cécile y llevé mi dedo índice a mis labios para hacerle un gesto de silencio, aunque no estaba hablando. Abrí muy poco la trampilla y saqué la nariz y los ojos. La bodega de la tienda estaba vacía y oscura. Sonreí y me volví a meter en el pasadizo para susurrarle a la Hufflepuff:

- Vamos, no hay nadie…

Abrí del todo la trampilla y junté mis manos para que ella pudiera poner el pie y se impulsase para subir. Luego subí yo y alumbré la estancia llena de cajas y polvo, mirando hacia todos lados. Sonreí a Cécile y le guiñé un ojo.

- Bienvenida a la bodega de Honey Dukes…

El olor estaba impregnado por el aroma de los dulces y el de la humedad, una mezcla algo extraña pero que me pareció buena. Luego le señalé las escaleras de madera y comencé a subir por ellas lentamente tratando de que no crujieran. Me asomé a la puerta pero tampoco había nadie. Cuidadosamente fui al final de la tienda y comprobé que la puerta estaba cerrada. Agité la varita y la cerradura se abrió. Sonreí y salí al exterior, respirando el aire frío. Sentí como la poca ropa que llevaba se pegaba a mi piel y me congelaba. El suelo aun estaba nevado, debía llevar todo el día… y era una noche algo fría, pero no demasiado, aun así el golpe del frío me hizo estremecerme. Esperé a que saliera Cécile y levanté un poco mi brazo para invitarla a cogerse a él.

- Brrr… hace mucho frío, tendríamos que haber ido a por los abrigos… ¿A dónde quieres ir?

Las calles nevadas de Hogsmade estaban en silencio, iluminadas nada más por alguna antorcha ocasional y por la luna que antes habíamos visto en el techo ilusorio de Hogwarts. Traté de reconfortar mi frío buscando el contacto con la francesa, además así podría compartir también mi calor corporal con ella y estaríamos mejor. Le sonreí mientras observaba su hermoso rostro esperando su decisión.

La posición me era algo incómoda porque me estaba clavando la madera del respaldo en la mitad de la espalda, pero no me atrevía a moverme por miedo a perder aquel contacto de Cécile, austandola como a un pequeño cervatillo, pensando que quizá no estaba cómodo con su presencia, así que me dediqué a acariciar su mano y su mejilla, disfrutando del silencio y de los rayos de media mañana que se atrevían a entrar en aquella casa encantada. Me dijo que que haría si yo me dormía primero mientras reía. Acompañé sus risas y apreté su mano con cuidado.

- Tienes todo mi consentimiento para hacerme lo que quieras... excepto dejarme solo.

Sonreí abriendo los ojos. Notaba mi voz en un tono de cansancio y un bostezo se me escapó, me cubrí la boca con la mano y vi como buscaba más comodidad. La solté y vi apoyar su rubia cabeza en mi pecho. Titubeé un poco antes de rodear sus hombros con un brazo, pero al final lo hice. En aquella posición me notaba más cerca de ella. Hice circulitos en su hombro mientras sonreía y apoyé mi cabeza en la pared mirando al techo. Noté mis ojos cerrándose, pero sacudí la cabeza para volver en mí, no quería dormirme antes que ella. Bufé mientras reía suavemente.

- Vamos, Cécile... duérmete antes que yo, sino no podré besarte.

Reí y con la mano libre busqué su mano para enlazar mis dedos con los de ella, jugando como en el exterior de la Casa de los Gritos. Bajé la cabeza y besé sus cabellos de oro, retorciendome un poco para encontrar una posición cómoda sin estorbarla, pero seguía clavandome la barandilla del respaldo en la espalda. Hice una mueca y me quedé quieto para no molestarla más. Suspiré y volví a notar como el sueño acudía a mí y yo luchaba por no dormirme...

Me dijo que jamás querría estar lejos de mí y acaricio con una mano las mías. Continué acariciando su espalda y sus manos, mirando al techo y respirando tranquilamente. Después de mi bostezo ella me imitó y me dijo que me dejaría dormir tranquilo mientras se aferraba más a mí. Podía sentir como ella subía y bajaba al compás de mi calmada respiración.

- Está bien… pero duérmete tu antes…

Dije con la voz apagada por el cansancio. Aún sentía la barra clavándose en mi espalda y me impedía coger el sueño del todo, por lo que muy a mi pesar separé un poco a Cécile de mí para acomodarme mientras le susurraba:

- Lo siento… ahora te vuelvo a dejar como antes…

Le sonreí, apoyé la cabeza en la almohada respirando con tranquilidad y volví a dejar que se apoyara en mi pecho, cubriendo a ambos con las sábanas. Volví a abrazarla con un brazo y agarré su mano con el otro, acariciando sus dedos con delicadeza.

- Buenas noches…

Observé como sus ojos se cerraban y enlacé mis dedos con los de ella, una vez sentí como su respiración se acompasaba separé mi mano de la de ella y levanté su barbilla con cuidado, hacia mí. Observé sus labios que dibujaban una sonrisa y casi parecían estar pidiéndome que los besara. Me acerqué lentamente sin saber si ya dormía realmente y di un suave y ligero beso en sus labios. Sonreí y cerré los ojos volviendo a agarrar su mano, compartiendo el calor de aquella espléndida mañana. Y así fue como dormí abrazado a aquella flor de sauce, después de besar su belleza pura y natural, sabiendo que era una flor difícil de encontrar, que quizá ese sería de los pocos encuentros tan mágicos y que con bastante seguridad de los últimos, quería negármelo a mí mismo pero no podía… era lo que pasaba con las flores de sauce, quizá las veías una vez en el año… pero tenías que esperar pacientemente al siguiente para que la caprichosa flor volviera a visitarte, a deleitarte con su belleza. Poco a poco cerré mis ojos, mis labios, como los de ella también sonreían… y me dormí plácidamente, sin duda los mejores sueños de mi vida serían de aquella mañana, debido al abrazo que compartíamos Cécile y yo en el momento de dormir… y debido a aquel beso furtivo que le había robado.

Finalmente me quedé dormido teniendo entre mis brazos a aquella encantadora Hufflepuff, con nuestras manos enlazadas y el sabor de sus labios en los míos. Antes de conciliar el sueño estuve un largo rato acariciando los hombros de Cécile, rememorando una y otra vez el momento en que nuestros labios se juntaron… aunque dudaba que ella se hubiese dado cuenta. Finalmente, sin darme cuenta, el sueño llegó a mí. Lo que veía me parecía tan real que ni siquiera me di cuenta de que dormía. En el sueño me encontraba aún en la Casa de los Gritos y Cécile estaba tumbada en el suelo, me sonreía. En la lejanía pude ver como un dementor se acercaba a ella y comenzaba a absorber sus recuerdos felices. Traté de realizar un patronus pero no me salía la voz ni los hechizos. Desesperado por ver la cara de sufrimiento de la chica me lancé sobre el dementor, viendo sus labios putrefactos de cerca. De pronto Cécile se convertía también en un dementor y me daba el beso. Todo se quedó oscuro y de pronto abrí los ojos, sintiendo mi corazón acelerado y un sudor frío cubriendo mi espalda. Me incorporé lentamente en la cama y me sorprendí de no tener a la Hufflepuff sobre mí, como cuando nos dormimos. La pesadilla no había sido muy relajante, pero no le achaqué ningún significado… solo era aquel recuerdo del dementor demasiado vivido. Al girar la mirada con el pelo revuelto y aún algo adormecido, pude ver como ella estaba al borde de la cama poniéndose los zapatos. Me rasqué la barbilla y me situé en su espalda, colocando las manos en sus hombros y realizándole un masaje. Mis labios buscaron su nuca y la besaron con ternura.

- Buenos días, Cécile…

Dije con la voz ronca por acabarme de despertar. Sonreí y acaricié suavemente su espalda de arriba abajo, sin importarme ya nada. Con el beso que le había dado por la noche sentí que aquella barrera que nos impedía el contacto físico y las palabras bonitas se derrumbaba y el pudor era sustituido por amor. Me separé de ella y le di la espalda para ponerme al otro lado de la cama y ponerme mis zapatos. Giré la cabeza para verla por encima del hombro mientras me ataba los cordones.

- ¿Has dormido bien?... ¿o no he sido buena almohada?

Le sonreí y acabé de ponerme los zapatos, levantándome de la cama y apoyándome en la pared para esperar a Cécile. Ni siquiera me peiné, jamás lo hacía, me gustaba llevar el pelo rebelde, en cambio la Hufflepuff llevaba el pelo enredado y seguramente ella si se peinaría. Para molestarla un poco le sonreí y le dije bromeando:

- Vaya pelos… más que un tejón pareces un león.

Reí un poco estirándome para quitar el sueño de mis extremidades y suspiré.

- Cuando estés lista nos vamos… quiero llegar a Hogwarts para prepararlo todo… mañana empiezan las clases.

Guardé las manos en mis bolsillos fijando mi vista en sus preciosos ojos azules con reflejos verdosos, casi parecían hechos de agua cristalina del más puro de los ríos… a través de ellos podía ver su alma, podía sentir mi amor por ella crecer… podía sentir como el poco tiempo que me había llevado conocerla no importaba, que todo era posible si esos ojos me acompañaban. Dejé ir un suspiro de puro enamoramiento y le sonreí diciendo en un susurro prácticamente inaudible:

- Te amo, mi pequeña flor de sauce…

En secreto la llamaba así… me recordaba demasiado a aquellas pequeñas flores blancas, doradas a la luz del sol, delicadas, hermosas… infrecuentes. Eran casi como la magia de la naturaleza. Me quedé contemplando a la chica, esperándola.

Me dijo que había dormido tranquila y me preguntó cómo había dormido yo. Sonreí aun abrazándola y le dije:

- Bien… tuve un sueño raro, pero nada importante.

No quería preocuparla demasiado con aquella estúpida pesadilla, no había sido nada importante y además los pedazos del sueño comenzaban a deshilacharse como una camisa de lana mal cosida, dejando un vago recuerdo sin sentido del sueño. Luego fue cuando me levanté y me apoyé en la pared de la habitación, mirando a la chica y bromeando sobre su cabello. Ella me miró fingiendo una cara de enfado y le sonreí sintiendo mi corazón acelerarse con su mirada. Me dijo que yo también debería peinarme un poco. Me sacudí los cabellos con las manos para llevarle la contraria y negué con la cabeza:

- Nah… yo nunca me peino.

Después de susurrar aquellas palabras de amor casi sin mover los labios ella se levantó. Ella bostezó, al parecer sin escucharme la observé embelesado, admirando como incluso con un gesto tan común en las demás personas en ella parecía resaltado y más bello. Notaba de nuevo aquella sensación cálida en mi corazón y sentía como el vello de mis brazos se erizaba. Una idea pasó por mi cabeza sobre un asunto que no me había atrevido a preguntarle… en muchos de sus gráciles movimientos y en su belleza natural parecía llevar sangre veela. Seguramente su madre lo era… iba a hacerle la pregunta, pero ella se me adelantó y pasó un brazo alrededor de mi nuca rozándome con suavidad. Luego comenzó a peinarme y le sonreí negando con la cabeza. Luego juntó sus brazos sobre mis hombros y yo saqué mis manos de los bolsillos para rodear su cintura y estrecharla contra mí. Sentía un escalofrío por mi columna vertebral sintiendo su aliento tan cerca de mí. Observé sus labios recordando el beso que le había dado antes de dormirme. Y entonces, como haciendo caso a mis pensamientos, se acercó a mí y besó la comisura de mis labios. Fue un beso corto pero lo sentí intenso. Luego añadió que no quería separarse de mí y que me amaba. Suspiré y acaricié su espalda con dulzura:

- Yo tampoco quiero alejarme de ti… y también te amo.

En ese momento sentí que mi corazón y mi alegría dependían de ella. Tan solo imaginar que tendría que pasar el resto del día alejado de ella me hacía pensar en un abismo que se acercaba hacia mí y el cuál no soportaría sin su ayuda… además el inicio de las clases nos quitaría mucho tiempo y seguramente apenas podríamos vernos y pasar alguna noche como aquella. Por suerte contaba con su palabra y ella contaba con la mía de que pasaríamos el verano juntos. Se alejó de mí y caminó hacia la puerta, apoyándose en el marco y mirándome. Me dijo que estaba lista. Yo me acerqué hacia ella con lentitud y la tomé de la cintura de nuevo, deseando volver a sentir sus labios de nuevo y su aliento, pero durante más rato. Le sonreí sin atreverme a acortar la distancia prudencial de nuestros rostros.

- Quería preguntarte algo… ¿tu madre es veela?

Sonreí aún sin atreverme a rozar sus labios con los míos, perdiéndome en sus ojos y alternando la mirada de uno al otro. Apoyé mi mano en su vientre y lo acaricié lentamente con una sonrisa. Esperaba que con aquella pregunta pudiese hacer un poco de tiempo antes de tener que volver a Hogwarts a enfrascarme con el estudio de mis libros… no tenía ganas de romper aquella velada mágica… aún me sentía como si la noche no hubiese pasado, como si el tiempo se hubiera detenido solo para nosotros.

Ella se había quedado un rato como ausente, pensativa… inmersa en lo más profundo de su cerebro. Sonreí por su nivel de concentración, que ni siquiera me veía allí plantado observándola con todo el amor del planeta acumulado en mi mirada y mi sonrisa tierna. En aquel momento sentí que podría hacer cualquier cosa que me pidiera por ella, incluso dar mi vida… Finalmente se dignó a contestar, diciendo que sí, que tenía sangre veela. Se quedó callada unos instantes en los que yo me apoyé en el marco opuesto de la puerta, mirándola a los ojos, dejándola pensar. Mis manos jugaban nerviosas a mi espalda y dejaba mi espalda apoyada en el marco. Finalmente continuó diciendo que era fastidioso tener ese aspecto. Abrí ligeramente la boca y negué con la cabeza:

¿¡Por qué?!

Chasqueó la lengua y bajó la mirada. Levanté una mano y la posé en su barbilla para levantarla levemente y me mirara a los ojos, acercando mi rostro al de ella. Dijo que a veces podía obtener la atención de gente que no deseaba. Le sonreí para tranquilizarla sintiendo una vibración en mi interior, un cosquilleo intenso y el vello de mis brazos erizados. Aparté la mano de su barbilla y la dejé reposar en su cuello. Acerqué mi rostro al de ella sin apartar aquella encantadora sonrisa de mi rostro.

- No te preocupes… me tienes a mí para protegerte de cualquier persona que te moleste más de la cuenta… siempre que veas que no puedes controlar la situación llámame. Yo… no quiero interferir tanto en tu vida, no quiero que pienses que soy celoso ni rencoroso… así que no quiero estar todo el día encima de ti pidiendo que te alejes de los chicos. Eres libre de hacer lo que quieras con ellos, de contármelo y de dejarme cuando quieras… yo… te amo demasiado.

Clavé una intensa mirada en sus ojos y acaricié la punta de su nariz con la mia. Susurrando le dije apenas rozando los labios y con los ojos medio cerrados:

- Cécile… mi florecilla de sauce… no quiero irme perderte hoy. Todo ha sido tan fantástico que no lo soportaría… pero no tenemos más remedio que separarnos. Yo tengo que preparar las cosas de mañana para las clases y tu deberías tratar de hacer lo mismo.

Mi mano en su cuello subió a su mejilla y la acarició con suavidad. Mi otra mano se posó en su cintura y la apoyé contra el marco de la puerta, cerrando los ojos y acercando poco a poco mis labios a los suyos. Los toqué levemente con los míos y los rocé cuidadosamente, con miedo de que todo pudiera romperse y acabar… me daba igual el tiempo, aquel beso era solo para nosotros y todo lo que había alrededor debía detenerse para mirarnos y suspirar. Junté mis labios con los de la medio veela y los besé con dulzura, mostrando mediante un apasionado y lento beso todo lo que había llegado a amarla en esa noche… Mis sentimientos florecían hasta mi piel y ésta se ponía de gallina, sensible a cualquier roce. Mis labios, fundiéndose con efusividad con los de Cécile, se curvaban en una sonrisa. Podía considerar ese mi primer beso de amor verdadero… había besado antes a otras chicas por lo que no era tan torpe en la materia, pero siempre por una atracción de adolescente, puramente física… con la Hufflepuff todo era demasiado diferente… todo en ella me atraía, la conocía casi como si fuera mi hermana… no, casi como si fuera una prolongación de mi alma. Nuestros alientos se fundían en aquella muestra de amor y compartíamos la misma respiración. Finalmente separé mis labios de los de ella pasando mi lengua disimuladamente por mis labios para captar el sabor de su beso de nuevo. La miré a los ojos embriagado de amor y acaricié su cintura y su mejilla. Un suspiro se me escapó de entre los labios, ahora rojos por el largo beso. Sonreí y la estreché fuertemente contra mí, rodeando su nuca y su cintura. Mis labios se posaron en su oreja y susurré:

- Te amo… no olvidaré jamás este momento…

Mi cabeza no dejaba de pensar en lo rápido que teníamos que llegar al castillo, pero mis brazos y mis piernas se mostraban rehacios de separarse de la chica. Cerré los ojos y me quedé de pie abrazado a ella de esa manera. Luego separé mi rostro de su hombro y le sonreí malévolamente.

- Quiero disfrutar estos últimos momentos contigo… creo que quiero una revancha sobre algo…

Mi sonrisa se ensanchó y aprovechando a que la tenía acorralada y atrapada entre mis brazos comencé a hacerle cosquillas mientras la obligaba a salir por la puerta de la Casa de los Gritos. Una vez afuera, la nieve de la calle que se había acumulado el día anterior aun quedaba en pequeños montónes. Hacía frío, pero también sol y el frío era compensado. Corrí a por uno de los montones de nieve e hice una con mis manos desnudas para lanzársela a Cécile protegiéndome tras una farola de gas.

- ¡Esta vez no me vencerás!, lo prometo … y si lo haces tendrás que devolverme el beso que te he dado, lo quiero guardar para mí.

Sonreí ampliamente mientras preparaba una segunda bola.

Después de mi susurro en su oreja ella también me dijo que no olvidaría aquello y que recordara lo que había prometido. Asentí, dejando inundar mi alma con las caricias de sus labios en el lóbulo de mi oreja. Después de las cosquillas acabamos en la calle de nuevo, enfrascados en la segunda guerra de bolas de nieve. Esta vez tenía claro que iba a ganarle. Escondido detrás de la farola no pude evitar que mis mejillas se sonrojaran y una sonrisa escapara por la comisura de mis labios, recordando todo lo que había pasado junto a Cécile en aquel corto lapso de tiempo en el que la había conocido. Hacía la bola de nieve con lentitud, pero el calor que me hacían sentir estos pensamientos y el recuerdo de sus labios correspondiendo a mi beso hacía que mi sangre hirviera de amor, que mi piel quemara al tacto. Me llevé la mano a la boca, sintiendo mis dedos fríos. Me mordí el labio inferior recordando el sabor de su aliento, sus susurros en mi oreja, sus palabras de amor, los abrazos… el baile. Todo había sido tan mágico y genial… Ella corrió hacia mí con una risa que alegraría hasta al hombre más desdichado del mundo, una risa que se grabó en mi cerebro… mi misión en la vida era provocar esa risa alegre por siempre para que el mundo pudiera vivir envuelto en la felicidad del amor. Se tapaba el rostro con una mano, la vi voltear la farola y estrechar la bola de nieve contra mi pecho. Reí acompañando aquel sonido melódico que salía de su garganta y vi como me sacaba la lengua de forma infantil. Me encantaba… con ella me sentía maduro y niño al mismo tiempo… tenía un carácter muy similar al mío...

Hice otra bola de nieve y corrí hacia ella. Saqué la varita y realicé un hechizo protego para defenderme de sus bolas mientras corría. Una vez a su lado le sonreí malévolamente y agité la varita hacia sus pies.

- ¡Levicorpus!

La chica quedó colgada por un pie de la nada. Guardé mi varita, mirándola con una sonrisa divertida. Puse la bola de nieve en su mejilla para que notase el frío y acaricié con mi mano cálida esa misma mejilla para que se reconfortase. Le sonreí con una mirada que llenaba el mar azul de mis ojos con amor, invitándola a bañarse en ellos. Su rostro bocabajo con la cabellera dorada colgando hacia abajo, desordenada después de tanto tiempo tratando de peinarse con los dedos quedaba a la altura del mío, por lo que apoyé mi frente en la suya y luego me separé un poco para mirarla a sus ojos mientras besaba su frente.

- ¡Ríndete, Leblanc!... no tiene escapatoria. - Hice otra bola de nieve e hice ademán de querer meterla bajo su camiseta, poniendo la mano en su vientre – Usted sabe que la amo, pero no me deja otro remedio…

Le sonreí de forma divertida y esperé que contestara, perdiéndome en su mirada, deseando que aquella risa de felicidad surgiera de nuevo por su garganta… amaba hacerla reír y verla feliz… era cuando se ponía más bella, su rostro se iluminaba, sus ojos se mostraban como un mar infinito y en calma… mi piel se erizaba solo de imaginarlo, mi estomago se llenaba de mariposas solo de pensar en ella. La bola se derretía lentamente en mi mano roja, que temblaba por el frío, pero apenas lo notaba, estaba demasiado inmerso en mis pensamientos y emociones hacia la Hufflepuff.