Una leve charla antes de cualquier cosa [Susan Coffey]

Quería con todo mi ser que Susan, Neysa y yo fuéramos a las Tres escobas a disfrutar de una buena cerveza de calabaza y charlar sobre todo lo que habíamos hecho, incluyendo anécdotas vergonzosas, no importaba con tal de divertirnos, pero para eso tenía que buscar a Susan. Le había contado a Neysan del carácter cambiante de Susan y que por eso algunas personas no sabían cómo tratarla, pero yo sí sabía cómo hacerlo porque la conocía desde hace bastante tiempo. Había conocido su faceta feliz, enojada y triste. De las tres formas era mi mejor amiga.

Como sabía cómo tratarla, tenía que aplicar eso. Debía estar en los jardines tarareando y buscando una nueva forma de entretenerse con sus canciones muggles a las cuales yo trataba de seguir el ritmo, pero jamás lo tomaba.

Antes de darme cuenta, ya estaba en los jardines y percibí esa conocida vocecita cantante. Me bastó seguirla unos metros para ver a Susan prácticamente bailando alrededor de un árbol mientras dejaba a su voz expresarse. Ella no había notado mi presencia con lo entretenida que estaba, por lo que sonreí ampliamente antes de saludarla.

—Hola, Su

Alcé una ceja cuando escuché a Susan llamarme por mi apellido. Las únicas dos personas cercanas a mí que me llamaban así eran ella y mi padre, pero cuando estaban molestos con algo.

Suspiré con pesadez al pensar que tendría que lidiar con su bipolaridad nuevamente. La última vez que habíamos hablado estuvimos amistosos entre nosotros y hasta incluso ella tuvo el impulso de besarme. Claro que también tenía que considerar que Susan estaba en un estado emocional algo cambiante e inestable cuando ocurrió eso y para protegerla de ella misma tuve la precaución de llevarla al castillo.

Me puse frente a ella de manera firme, para que no intentara desviar su atención.

—Muy bien Su, ¿cuál es el problema? Me acabas de llamar por mi apellido. Nunca me llamas así, por lo que quiero saber el motivo de eso.

Cada vez la entendía menos. Me decía que no importaba, pero me había llamado Pegasus y había actuado distante. Ahora me confundía más tratándome con cariño nuevamente.

—Si no fuera nada, entonces no me hubieras llamado así. Vamos Su, tú siempre tienes las respuestas. Sólo tienes que querer decírmelas —dije abrazándola, correspondiendo su afecto.

Me mimaba como una niña que se colgaba al cuello de su padre después de un largo día de trabajo. No me soltaba, pero tampoco quería oírme, sóo quería olvidar todo lo pasado y encariñarse una y otra vez.

—¿Por qué siempre quieres dejar todo atrás? Me alegro que tengas esa capacidad para que nada te afecte, pero no quiere decir que no podamos sacar conclusiones de eso ahora que estás bien.

Puse los ojos en blanco un momento meintras sonreía. Era Su después de todo. Siempre hacía cosas de las que luego se arrepentía y se disculpaba con abrazos, besos y dulces. Así la había conocido y así sería siempre.

—Oye, no me opongo a que te enojes —le aclaré— Todo el mundo tiene derecho a enfadarse. A lo que me opongo es que pocas veces o nunca me digas la razón de tu enojo. Ya sabes, para poder entenderte.

Tomé el dulce que me ofrecía. Pensaba en lo rápido que había ido a comprar dulces y en lo pasado de peso que estaría si no volase en cada oportunidad que tuviera. Quizás tenía una cantidad considerable para endulzar momentos algo incómodos como los que yo le hacía afrontar. Me preguntaba si hacía lo mismo con las demás personas o conmigo solamente.

—Claro, Su. Pude haber usado una montaña de hechizos —dije revolviendo su cabello rojo con mi mano derecha— Pero ninguno hubiera funcionado contigo. Lo más seguro es que hubieras pataleado o hasta maldecido.

Con su cara de reproche yo sabía que quería decirme ella no hubiera hecho eso, pero en el fondo ambos sabíamos que sí.

—Vamos, los dos conocemos cómo eres cuando te fuerzan a hacer algo. En este caso yo te quería llevar al castillo para que no agarraras algo que te llevaría a la enfermería a beber remedios asquerosos y mírate ahora, estás bailando y cantando como siempre, pero tú no te querías mover de ahí y no me dejaste opción.

Entonces me acerqué a ella y de un movimiento la cargué en mis brazos como si la llevara a un baile.

—Te hubiera podido cargar así, pero con lo testaruda que eres, hubieras comenzado a dar patadas en el aire como aquella vez en que querías golpear a esa chica de Slytherin que coqueteó con uno de tus novios y yo no te dejé.

Ella sabía que me gustaba oírla cantar, aunque lo hiciera de broma y sus canciones tuvieran letras que desconocía, pues no provenían de nuestro ambiente rodeado de magia. Costumbres muggles que se le debieron haber pegado.

—Oh, vamos. Si tú disfrutas cantando, yo también. Además el que cantes así de fuerte me ayuda a encontrarte cuando te busco y si te miro extraño, no me había dado cuenta. Es que pienso en lo distintas que son nuestras canciones de esas que cantas tú. Digo ¿qué es un email? A veces mencionas esa palabra mientras cantas. Es normal que me lo pregunte.

Y pensar que podría saber todas esas cosas si no hubiera pasado por el rechazo de una madre muggle. Si ella se hubiera quedado sabría de los dos mundos, lo mejor de ambos.

—Y sí, esa chica probablemente merecía ser pateada o algo así, pero no por ti. No iba a permitir que mancharas tus manos y que luego te apuntaran en los pasillos, porque ahí habría sido yo el que los hubiera hechizado para que no pudieran usar ni sus manos ni sus lenguas para señalarte.

Y nuevamente se ponía a un paso de besarme de lleno en los labios, pero esta vez no se encontraba con esa extraña manía de huir cada vez que hacía algo parecido. ¿Cómo lo haríamos el día en que tuviera novia? De seguro se pondría celosa de mi mejor amiga, que se caracterizaba por ser extremadamente "cariñosa" por llamarla de una manera.

—Es verdad, somos como hermanos —sonreí pensando en cómo nos veríamos en una foto familiar— Pero yo sería el mayor y tú la pequeña, porque tú eres la alocada y yo el que te protege de las consecuencias de tus acciones.

Había veces en que me preguntaba si hacía lo correcto velando por ella en cada una de sus acciones, pues estaba siendo como un hermano con complejos de padre, pero esa duda desaparecía cuando veía lo feliz que Susan era cuando estaba a su lado.

Cuando ella rió supe que mi comparación con una familia había desencajado totalmente. Al ver una vez más sus ojos azules me di cuenta de que todo eso iba en otra dirección.

Tú me gustas... había dicho.

La miré tratando de asimilar lo que acababa de soltar y para variar estaba riendo, pero no me sonaba una risa de broma, sino que al contrario. Parecía que era la única risa de Susan que iba en serio y por lo mismo tenía que darle la importancia que merecía.
Por ello la tomé suavemente de los hombros para que me viese directamente. Sabía que de esa manera no podía mentirme, al menos a mí no.

—Susan, no estés bromeando. Te advierto que no es divertido. ¿Es cierto lo que me acabas de decir?

No estaba huyendo de nuevo y eso lo agradecía. Qué bueno, porque yo tampoco lo haría si era sincera.

En ese momento hubiera pedido un minuto más a la vida para sentirla y pedirle que me diera un caja con todas las cosas que guardaba en su interior. Su boca me había dicho con sinceridad lo que le ocurría y yo podía sentir que era así, pero su inestabilidad emocional me ponía en jaque.

—No lo sé —susurré.

Ella me miró sin entender nada y yo le contesté con la misma mirada. Ese era el problema, yo tampoco entendía.

—No sé si creerte, Su. Digo... no te entiendo. Me besaste por impulso al sentirte lastimada por un chico. Me aseguraste que no fue nada y te creí. Ahora te busco y te encuentro molesta. Después repentinamente pareces estar en la buena conmigo y me besas nuevamente diciendo que te gusto. ¿Cómo sé que mañana no te arrepentirás de ello? O mejor aún, ¿cómo sé que en unos minutos más seguirás diciendo lo mismo?

No podía escupirle todas las preguntas que llenaban mi cabeza, pues estaría hasta el día siguiente diciéndolas. Decidí dejarle un punto claro.

—Para mí no es problema seguir tus cambios de carácter, pues lo he hecho siempre, pero no seguiré tus cambios de sentimientos. Eso es ir demasiado lejos.

—Sí, la verdad es que me estás confundiendo más —suspiré.

Primeramente me decía que le gustaba, obviamente le gustaba como un hombre, o si no, no me hubiera besado ya dos veces. Al mismo tiempo en que me miraba con esos ojos de algo más, me decía que me amaba como hermano y también sonaba sincero de su parte.

Sacudí mi cabeza esperando que así saliera la solución de ese rompecabezas. Y eso que era un Ravenclaw, sumamente concentrado y adicto a los acertijos, pero Susan se había vuelto más que un acertijo, sino que un laberinto cambiante como las escaleras de Hogwarts.

—Tienes que elegir, Susan —dije plantándome frente a ella— No puedo gustarte más como amigo y a la vez amarme como a un hermano. Uno de los dos sentimientos tiene que ganar y eso sólo lo puedes elegir tú.

Sería más fácil para mí y para ella si así era hecho, o si no estaríamos en un vaivén etéreo.

Por un lado me parecía perfecto que eligiera amarme como hermano, pero por el otro confirmaba lo que no me gustaba, que ella fuera tan cambiante. Tenía que acostumbrarme a la idea de que Susan no cambiaría eso jamás. Lo que me consolaba eran sus atenciones, que tomara mis manos y besara mis mejillas como manera de disculpa y afecto.

—Entonces seremos como hermanos —decreté finalmente— Confío en ti.

Muchos me llamarían un loco por confiar en alguien tan bipolar como Susan, pero ellos no conocían el lado dulce que ella tenía. Sus sentimientos eran sinceros, sólo había que saber cómo tratarla y esa manera era con paciencia. Me di cuenta de que me miraba con esa sonrisa tan particular suya y como siempre, no pude evitar querer saber qué pasaba por esa cabecita pelirroja.

—Y bien, ¿qué miras?

Ese aire juguetón que tenía Susan le podía arreglar el día a cualquier persona, incluyéndome. Al sentirla tan contenta en mi espalda quise hacerla sentir aún más feliz y la miré sobre mi hombro reflejando en mis ojos mi divertido plan.

—Sujétate bien, Su —dije aferrándola más a mí con sus pierdas alrededor de mi cintura.

Fue ahí cuando empecé a dar vueltas girando sobre mí mismo para hacer que se aferrara más a mí y comenzara a reír al verse tan vulnerable por estar pendiente de mantenerse estable para no caer. Claro que yo no permitiría que cyaera al suelo. Sólo quería jugar un momento con ella y Susan amaba los juegos como yo amaba escuchar su risa.

—"Vamos, ríe hermanita" —pensé con dicha