Té y mantícoras {Armand Hamilthon}

Llevaba mas de media hora sumergida en el agua caliente, siempre lo considere como una manera muy eficaz de eliminar las tensiones y relajar el cuerpo. Sin embargo, los tiempos no estaban como para ir tirando agua por todos lados, así que decidí salir de una vez por todas. Tomé un par de toallas, envolviendo una en mi cuerpo y otra en mi cabeza. Caminé hasta mi habitación con cuidado, saqué del clóset uno de los vestidos cortos aunque de manga larga a causa del clima y me vestí en un eterno ritual; ponerse ropa interior, medias y unos botines a combinación. Sequé bien mi cabello y lo recogí en una coleta baja, dejando ligeramente algunos mechones sueltos. Pasé un poco de máscara sobre mis pestañas y un brillo nude en los labios. Tomé el abrigo junto con el bolso y salí de la habitación con dirección a Hogsmeade.

Hacía ya bastante tiempo que no pasaba por aquí. Si no me equivoco, la ultima vez fue aquella tarde cuando me encontré con Max."Max.. Espero que este todo bien por allá" comenté para mis adentros, dibujando una leve sonrisa en mis labios. Caminé por las calles, observando con detenimiento los establecimientos. El aire helado chocaba en mi rostro provocando que mis mejillas se tornaran de un ligero color carmín, reí por lo bajo y entré a Las Tres Escobas. Se me apetecía algo caliente y dulce para la ocasión.

—Buenas tardes madam Rosmerta. –saludé, quitándome el abrigo. El lugar no estaba muy lleno, si acaso solo dos grupos de alumnos sentados en las mesas del fondo, así que tendría algunos momentos de paz. Froté mis manos para entrar en calor y revisé el menú del día mientras tomaba asiento en la barra. —Quiero ordenar un té negro con cuatro clavos de olor, ocho semillas de cardamomo, una ramita de canela con dos cucharadas de jengibre en polvo y una cucharadita de semillas de anís verde, por favor. Sí alguien estuviese a mi lado en estos momentos, creería que estaba a punto de tomarme una poción.

Al cabo de unos minutos, Rosmerta volvió al mostrador, dejándome el té y un poco de leche caliente. —Gracias. –le dedique una sonrisa amable y me dispuse a preparar el té. Tomé la taza entre mis manos, dando un ligero sorbo mientras sacaba de mi bolso un libro muggle. Regalo de mi mejor amiga, Alesia. Londres muggle no era tan malo como lo pensé en un principio, creía que podía infectarme pero pronto comprendí, al despreciar a gente por la calle, que mas de alguno de ellos era mago. Así conocí a Alesia, que se reía de mí al saber que mi antigua mejor amiga se llamaba Nymphadora. Aun siendo muggle era una mujer amable, dulce en momentos, y una arpía en otros. Su manera de expresarse era muy parecida a la mía, era acida, sarcástica, cosa bastante graciosa ya que la mayoría de las veces terminábamos peleadas, nos duraba bien poco, así era ella, así era yo. Tenia un bonito gato, no me gustaban hasta entonces, pero Ludwig era algo que debía verse, color negro azabache brillante con unos ojos tan azules e intimidantes como los míos. Negué con la cabeza al recordar las largas horas que pasábamos juntas en Oxo Tower bebiendo algo o simplemente platicando con una espectacular vista del Támesis. Si me dieran a escoger un lugar muggle, definitivamente elegiría aquel bonito establecimiento.

Pasé mi lengua por mis labios, quitando los restos de espuma al mismo tiempo en que hojeaba las páginas de aquel libro. Cosa que me hacía extrañar más a Esia. Tuve que decirle que debía viajar a Francia por asuntos familiares pero que de todas maneras le escribiría. Así que sin pensarlo más, tomé papel y pluma, y comencé a escribir.

Esa tarde, que había decidido volver a Hogsmade, aun sabiendo que mi querida hija estaba en el castillo, me detuve en aquella pequeña plaza del pequeño pueblo y recuerdos de cuando era estudiante vinieron a mi, cuando los Sangre Pura eran mejores valorados, cuando el colegio estaba mejor instituido y las familias nobles de Londres y de toda Europa, eran respetados.

Sonriendo un poco de lado, me encaminé a pasar por todas las calles, los recuerdos, cuando conocí a muchas chicas Sangre Pura de mi casa y de otras, cuando salí la primera vez con Alice, conociendola, sonriendo me detuve en la puerta de las Tres Escobas, toda mi juventud, mis locuras, cuando todavía no era el jefe de la familia Hamilthon.

Entré con una sonrisa a y me detuve en la entrada para quitarme el abrigo que traía puesto, pude ver a una hermosa mujer sentada, pelirroja, con una snrisa casual, sonreí de nuevo y me acerqué a ella.

-Buenas Tardes...-dejé que saliera mi mejor voz-Disculpe, ¿puedo sentarme con usted?

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Perdón Querida, pero me llegó Trabajo.

Seguí escribiendo con entusiasmo, tomando de vez en cuando pequeños sorbos de mi delicioso té. Si iba a enviarle una carta a Alesia tenía que describirle todo, absolutamente todo. Me acomodé en la silla, cruzando las piernas sin quitar la vista del papel. Le conté de lo bien que me estaba yendo en mi nuevo ”hogar” y que tal vez pronto podría visitarla. Esperaba que no se le olvidará que ahora ella estaba a cargo de mi antiguo departamento. Me encogí de hombros, sonriendo, dejando la pluma en la barra. Escuché el chasquido de la puerta que producía cuando se abría, aunque no le di demasiada importancia. Envolví mis manos en la taza, llevándola hasta mis labios con cuidado mientras repasaba las hojas del libro con la vista. Hasta ahora no había tenido tiempo de leerlo, pero según Esia, era un buen libro para pasar el rato.

Estaba tan adentrada en la lectura que no me había percatado de la persona que se encontraba en el asiento contiguo. Me giré en el momento que escuché su voz dirigiéndose a mi, encontrándome con un desconocido, pero elegante hombre.

—Buenas tardes ­–saludé cortésmente, recogiendo mis pertenencias. —Claro que si, no hay ningún problema –comenté mientras terminaba mi bebida. Le hice una seña a madam Rosmerta para que me sirviera otro té y me incline hacia adelante un poco, mirándolo expectante, recargando la barbilla en el dorso de mi mano. Nunca lo había visto antes, o tal vez era por el poco tiempo que llevaba instalada en el colegio que a duras penas había podido salir este fin de semana. Tomé mi abrigo y me lo puse por encima de los hombros , acurrucándome en el. El clima de Inglaterra siempre era así de frío, incluso en los veranos. Y a pesar de adorarlo completamente, había días en los que deseaba salir con ropa ligera sin congelarme por el camino.