Practicando en Soledad [Luna, Draco]

Me senté tan abruptamente en el banco como me había levantado; si bien aquella desesperación había desaparecido, había sido reemplazada por un frío en el pecho que me dificultaba respirar. La sala había comenzado a dar vueltas y el piso ya no parecía tan firme como antes, lo mejor sería mantenerme sentada hasta que aquella sensación pasase.

Observé fijamente el brazalete que rodeaba mi muñeca, que en ese momento oprimía con fuerza como si me quedara chico. Lo presioné un momento contra mi piel hasta que la sensación desapareció, y entonces puede volver a fijarme en como los otros dos discutían. No pude evitar fruncir el ceño ante la expresión de la chica. ¿Lástima? ¿Estaba sintiendo lástima por un Slytherin? Se desataría otra guerra antes de que alguien pudiese permitir semejante cosa.

Un vistazo a la hora me dijo que ya era más tarde de lo que pensaba y un suspiro escapó de mis labios. No estaba para nada cansada o al menos no me sentía así, pero el haber estado el día anterior yendo de un lado hacia el otro me estaba pasando cuota.

—Segura —murmuré antes de dejarme caer nuevamente sobre el asiento.

Todo aquello se me hacía demasiado extraño; los tres en un mismo lugar a altas horas de la noche y sin un duelo de por medio. No era que tuviese algo contra los Gryffindor, no al menos con los que no andaban pavoneándose de ser amigos del Elegido y se creían mejores que los Slytherin. Aunque aquella guerra entre ambas casas era legendaria, realmente me parecía absurda y, ¿no podían simplemente ignorar la existencia del otro? Seguramente sería todo más fácil y no acarrearían castigos ni menos puntos para ninguno. Pero sabía que era imposible porque, los Gryffindor continuarían con sus complejos de héroes y su creencia de "si lo hacemos nosotros está bien, pero si lo hacen ellos es malo" y los Slytherin siempre los odiarían por ello, siguiendo a chiflados tenebrosos de turno o no. El caso era que los Slytherin siempre serían Slytherin y los Gryffindor, Gryffindor.

Sacudí la cabeza levemente, preguntándome de dónde había salido todo el razonamiento absurdo sobre las casas y por qué seguía en aquella habitación y aún más, por qué estaba tocando el piano nuevamente. Quité las manos del teclado en el momento en que me di cuenta de lo que hacía, podía sentir el hechizo de silencio alrededor del aula. ¿Lo había lanzado yo sin darme cuenta o había sido alguno de ellos?