De lo más curioso [Shadow, Aricia y libre]

Abrí el baúl que había a los pies de mi cama y rebusqué en él hasta encontrar el vestido de gala y los zapatos, a los cuales miré con una mueca: no me gustaba usar zapatos. Sin embargo, sabía que aquella ocasión era especial, ya que una fiesta de Navidad sólo ocurría una vez al año, y por una noche que me los pusiera no me iba a pasar nada -salvo el dolor de pies que tendría al día siguiente-. Con un suspiro, me quité la ropa y me puse el vestido, mirándolo desde distintos ángulos para ver que no se había arrugado. Luego, me calcé los zapatitos y me miré en el espejo, para ver cómo me quedaba.

Era un vestido negro que se adaptaba insinuada y perfectamente a mi figura, con algunos adornos en rojo que conjuntaban con el color de mi pelo. Los zapatitos también eran negros, con un tacón alto para llegar a la altura de mi pareja, aunque ésta fuera aún más alta que yo. Ésa era la desventaja de ser una chica bajita e ir con un chico alto, pero aquella vez no habría tanta diferencia.

Ya preparada, acaricié la cabecita de August dejándole la cena preparada y, habiendo cerrado el baúl y ordenado el cuarto, salí de la torre de Ravenclaw para dirigirme al vestíbulo. Me sentía un tanto incómoda al estar acostumbrada a vestir ropa cómoda y abierta como lo era el uniforme del colegio, pero me consolaba que todas las chicas se sentirían igual. De todas formas, había elegido aquel vestido explícitamente por esa razón; porque era el único que se adaptaba a mis comodidades.

Al bajar las escaleras, me di cuenta de que Shadow Slater ya me estaba esperando. Con una sonrisa un tanto avergonzaba por mi inpuntualidad, llegué hasta él y me disculpé, esperando que no se hubiera enfadado. Era un chico al que había conocido hace poco, pero había sido el único que me había pedido acompañarme al baile.

-Perdone mi retraso, señorito Slater. Espero no haberle hecho aguardar mucho.

Volví a esbozar una sonrisa, con cierta timidez por el elogio de Shadow. Me sentía aliviada al verlo de tan buen humor pese haberle hecho esperar un buen rato, pero aún sentía cierta culpabilidad por ello. Sin embargo, ésta se esfumó al notar el buen ambiente que nos rodeaba a ambos, tan vivaz y energético. A veces notaba los nervios de algunas chicas ansiosas por estar con su pareja deseada; otras veces, captaba la calma de algunos hombres al iniciar una charla pacífica y poco importante.

Observé la rosa negra azulada que me ofrecía, con un brillo en los ojos. Justamente era aquél uno de mis colores favoritos, y me preguntaba si era casualidad el que me la diera de ese color o, en otro caso, lo hubiera averiguado a propósito. La última opción me parecía una tontería, ¿quién perdería el tiempo en conocer uno de los colores favoritos de Akyu Loup, la adivina sabelotodo y sentimental? Aún así, esbocé una sonrisa y acepté su ofrecimiento, colocándome la rosa en uno de los tirantes de mi vestido. Pasé mi brazo dentro del de él, con una sonrisa sin timidez, agradable.

-Será un honor ser su acompañante, señorito Slater -comencé a andar junto a él, de camino al comedor-. Gracias por la rosa, es muy hermosa y todo un detalle por su parte.

La contemplé de nuevo, manteniendo la sonrisa, y luego le volví a mirar. Nadie me había regalado una, y menos un chico.

Escuché atentamente la información que me daba, con un brillo de curiosidad en mis ojos. Sonreí de nuevo ante su elogio, sin saber bien qué decir.

-Nunca había oído hablar de este tipo de rosa -comenté-, pero no hay nada más hermoso como se ve usted esta noche, Slater -añadí con una media sonrisa.

Al entrar en el comedor, me quedé pasmada ante la decoración navideña. Había doce árboles -seis a cada lado- adornados por figuritas de ángeles, esferas de colores y guirnaldas rojas; tiras mágicas flotando en el "techo"; las mesas estaban repletas de comida que incitaba a dar un bocado por la atracción de su aroma; y había una zona despejada para el baile. Parecía ser que aquel año se habían esforzado por decorar a la perfección el comedor, y lo habían logrado.

Me senté en la silla que Slater me había ofrecido, agradeciéndole aquel acto tan educado. Sonreí de nuevo, bastante contenta. Los alumnos que se hallaban allí me contagiaban toda su alegría.

-Es que el azul es un color bastante bonito, muy profundo a decir verdad -hablaba refiriéndome al cielo, el cual me hacía perder horas y horas observándolo, pero no sabía si lo habría entendido-. Dígame... ¿Está cómodo en esta fiesta?

Me preocupaba que mi pareja se sintiera agobiado o algo parecido, aunque sabía que podía captar su estado de ánimo. Sin embargo, no tenía esa habilidad del todo desarrollada, por lo que muchas veces fallaba mi percepción. Además, costaba saber cómo estaba él por el gran número de personas que nos rodeaban a ambos.