Mortífago vs Ministro [Libre]

Se escuchaba mucho ruido. No sé en qué momento se habían juntado tantas personas de Slytherin en la sala común. Era como si no supieran que Hogwarts estaba lleno de muchos lugares por los cuales estar, pero claro, no todos libres de sangres sucias.

Entré a la sala y descubrí que era mucho peor estar dentro, pero tenía mis peculiares maneras de hacer que eso cambiara.
La buchería más fuerte provenía de los sofás de cuero que se sentían a reventar de tantos estudiantes usándolos. Ese debía ser el núcleo de todo. Brinqué de un solo salto sobre uno de los sofás y me quedaron viendo por mi impertinencia, en especial la chica más próxima a mí, quien al parecer se había asustado un poco con mi sorpresiva aparición. Me daba igual mientras pudiera estar en calma en mi sala común.

“¿Quieren dejar de parlotear como si fuera una maldita calle muggle?”

La mayoría se calló o dejó de hablar tan fuerte que pareciera que se fuera a acabar el mundo, pero la muchacha a la que había asustado me miró aún más indignada. Pensé que lo más probable era que no tuviese hermanos con los cuales perder la paciencia. Pues yo la sacaría de quicio entonces.

“Si no, la próxima vez no sabes en dónde ni cómo podría asustarte” le susurré de tal forma que solo ella me escuchó. No insistió más, aunque me hubiese gustado saber qué pensó en ese momento.

Sonreí como si nada hubiera pasado.

“Bien. Manténganlo así” Después de todo, había conseguido lo que quería. Tomé El Profeta de la mesa del centro y me senté con tranquilidad en una esquina.

Había cosas bastante aburridas, como cuánto valían los galeones en el extranjero y pociones de belleza (esa sección que tanto le gustaba a mis hermanas), pero en la portada una foto llamó mi atención: el ministro de magia. Sí, esa siempre había sido mi ambición desde que era pequeño y lo seguía siendo. Tenía el presentimiento de que ese destino me pertenecía a mí, sólo a mí y lo lograría como todo lo demás que me había propuesto, aunque corría un rumor muy curioso del actual ministro.

Que era un mortífago

Y si lo era, ¿convenía que me convirtiera en uno para llegar a ser ministro?, ¿o convenía convertirse en ministro para luego ser mortífago? Jamás me lo había planteado tan seriamente, pero ambos caminos estaban cargados con promesas de poder y prosperidad, cosas de las que yo era sediento. ¿Había forma de hacer encajar ambas cosas o necesariamente tenía que escoger una de esas sendas? Me sentí observado, pero no desvié mi vista de la portada.

Saqué un par de grageas de mi bolsillo sin apreciar su color, ya que no me sentía seguro despegando la vista del periódico. Curiosamente esta duda tenía sabor a cerilla.