En Camino [Libre]

Otro día de esos en los que todo era aburrido, no había nada interesante que hacer, así que directamente me fui a pasear por el castillo, que hacía mucho que no recorría tranquilamente. Lo único para lo que pisaba los pasillos era para ir a clase, pero en fin... Pasé por el pasillo a los jardines, caminando lento, me daba muchísima pereza caminar... Pero la pereza se me fue cuando miré hacia adelante y vi que tenía en frente a una chica con el pelo de un color rojo intenso. Algún día esa chica me dejaría completamente ciego por ese maldito color. Yo iba en la misma dirección que ella, vaya... Estaba completamente seguro de quién era, Jezabel, una leona con mucho carácter (podría decir que incluso más que Paulette). Me acerqué lentamente a ella.

Sabía perfectamente lo que esa chica odiaba; que mis manos despeinaran su pelo tan cegador a la luz del sol, y eso era lo que iba a hacer. Una vez estuve detrás suyo, lo suficientemente cerca, comencé a despeinarla. Al final eso que decía la gente de que era un león suicida o masoquista sería cierto, pero si tenía que admitir algo era que amaba serlo. Me causaba problemas, pero también hacía que me divirtiese, y, de vez en cuando, la otra persona también acababa riendo. Era una pena que estuviésemos ya casi en otoño y que anduviésemos por los pasillos del castillo, sino, seguramente le habría tirado media botella de agua fría en la cabeza. — ¡Bú! —alcé la voz mientras seguía removiendo su cabello, preparándome para una posible cachetada por su parte.

Jezabel reaccionó de una manera algo agresiva por así decirlo, me clavó contra la pared, poniendo su varita en mi cuello, la pierna entre las mías y presionaba mi pecho con la otra mano. La miré fijamente. No solo el color de su cabello quemaba, sino que el de los ojos casi que también. Eran verde intenso, no como los míos, que eran pardos tirando a marrón claro. Preguntó que qué me sucedía para asustarle así, añadiendo un "idiota". — Me encanta que tengas taaaaaaanto sentido del humor. —suspiré y me soltó. Ladeé el cuello hasta que hizo un leve sonido proveniente del hueso. Escuché lo que dijo y no pude evitar reír, definitivamente me caería en un agujero de problemas si seguía haciendo ese tipo de cosas.

— Gracias, pero al menos soy estúpido y no un soso. —dije en broma, mientras veía cómo se peinaba. — Además, te he asustado, ¿no? Si te tengo que decir la verdad no era mi intención, y tengo suerte de que no hayas lanzado un hechizo o algo así por reacción, tendrías que encargarte de mi. —posé mi mano en la cabeza, echándola hacia atrás junto con el pelo, el cual quedó inmediatamente en la misma posición de antes. Me crucé de brazos, ¿por qué las chicas de mi casa eran todas unas aburridas? Y las que eran divertidas solían ser las más pequeñas, pero también se pasaban de pesadas. Te perseguían a todos lados, hacían que las cargaras en la espalda, debías correr tras ellas porque te quitaban la varita...

Seguía cruzado de brazos, mirándola. A decir verdad esa chica no parecía diferente a las demás, sólo un poco (bastante) más aburrida. Para no mentir, no me daba miedo lo que ella me llegara a hacer. Era normal que alguien echase un hechizo para defenderse, o que te empujase, o que te arrancase los brazos de cuajo y te dejase ahí con los brazos colgando de un perchero... Mi estúpida "valentía" era lo que había echo que acabase siempre en problemas, sobretodo de pequeño. Cuando me expulsaron de aquél colegio por proteger a una amiga mía a la que le estaban pegando, o cuando me metí con unos chavales mucho más mayores que yo porque le estaban tirando piedras a un perro abandonado... Todas esas cosas eran recuerdos que, a pesar de que yo me las cargara por meterme donde no me llamaban, eran buenos. Me recordaban lo que era; un Gryffindor, la casa de los valientes...

Sus palabras me hicieron sonreír. — Bah. —musité todavía con la sonrisa en el rostro, se acomodó el cabello tras la oreja. Me quedé mirándola, medio metido en mis pensamientos, hasta que escuché que hablaba de nuevo, pero cometió un error en la frase. — Nunca en tu vida vuelvas a llamarme por mi apellido. —la miré seriamente, pero terminé por suspirar y pensar en su pregunta, relajándome un poco. La primera persona que se me pasó por la cabeza fue Kenadee. Protegía a montones de personas, sí, pero a ella la tenía sobreprotegida y todo, si alguien le intentaba hacer daño lo pagaría con sangre y todo lo que hiciese falta... — Obviamente hay alguien, y me daría completamente igual morir por protegerla, siempre y cuando no sea en vano... —contesté con algo de desgana. — ¿Tú proteges a alguien? —

¿Que no me tomase la vida tan a la ligera? Eso era fácil de decir, pero no de hacer cuando ya estás acostumbrado.

— Yo ya sé lo que me hago, creo. —dije mirándola todavía, totalmente tranquilo, de nuevo. Me dijo que no la provocara porque en vez de sacar la varita sacaría otra cosa y me cortaría el cuello, suspiré y jalé suave su mejilla. — Te gusta la sangre, ¿eh? —me un metro de ella, por precaución. Cuando le dije que protegía a alguien ella añadió que sería una chica, preguntando luego si era la novia o amor platónico. Reí. — Novia. No sé si la conoces. —yo no era muy de proteger a mis amores platónicos, pero en fin... Caminábamos hacia los jardines y tras unos segundos de contestar su pregunta me di cuenta de que ella no había contestado a la mía. — Que maja... —susurré todavía caminando.

Si lo pensaba bien, ¿de qué servía proteger a la gente? Sólo llevaba problemas, muertos, heridos, decepciones... Al fin y al cabo, una persona te traiciona como mínimo una vez en la vida y luego no puedes recuperar todo lo que has ido perdiendo por protegerla...